En todo momento, tras la aparente eficacia de la coraza adulta,
 el mundo completo de la infancia de una persona
se sostiene con el mismo cuidado
que un vaso de agua a punto de rebosar.
Ted Hughes (1986)

 

Usualmente, le pregunto a mis consultantes si reconocen en su entorno a una persona con la que puedan ser tal cual como son. Con quien se sientan en confianza y libres de juicios; validados emocionalmente. Una persona con quien tengan la certeza de que su relación no se verá afectada por lo que hagan o dejen de hacer. Y la respuesta más común es “Sí, pero no”, que termina siendo un no cuando entramos a comprender a profundidad esa relación.

¿Por qué sucede esto? ¿Por qué no sentimos esa seguridad en nuestras relaciones -incluso en medio de familias funcionales-? ¿Por qué si tuvimos “todo” en la infancia sentimos un vacío al que no le encontramos una explicación? ¿Por qué no somos tan exitosos en las relaciones como lo somos en la vida profesional? ¿Por qué si ya hemos trabajado y “sanado” la relación con nuestros padres aun seguimos teniendo dificultades en nuestros vínculos?

Las respuesta a estas preguntas se puede dar desde diversas teorías y perspectivas. Yo lo haré desde la teoría del apego, que fue estudiada y descrita  por el psiquiatra y psicoanalista infantil John Bowlby hace aproximadamente 60 años (y que sirvió de punto de partida para que otros investigadores siguieran explorando este campo).

Una de las principales conclusiones es que la forma en la que los seres humanos gestionamos nuestras emociones, nuestras relaciones e incluso elegimos a nuestra pareja está ligada al tipo de apego que desarrollamos en la infancia con nuestros padres o con nuestro cuidador principal.

Permanecer en una relación en los primeros meses y años de nuestra existencia no es una elección que podamos tomar. Independientemente a que se considere segura o insegura, a que sea conveniente o no, nuestro instinto de supervivencia está activado y nos impulsa a querer permanecer conectados con el principal cuidador que tengamos, que generalmente es nuestra madre o nuestro padre. Para aterrizar esta idea de una forma más concreta, te contare una historia verdadera y absolutamente conmovedora, relatada por Judith Viorst (1990) en su libro Pérdidas Necesarias: 

“Un niño pequeño yace en la cama de un hospital. Está asustado y adolorido. Las quemaduras cubren el cuarenta por ciento de su cuerpecito. Alguien lo ha rociado con alcohol y luego, inconcebiblemente, le ha prendido fuego. El niño llora por su madre. Su madre es quien le ha prendido fuego.”

A este niño no le importa el tipo de madre que tiene, no le importa el peligro que representa, ni el dolor que le ha causado; perder a su madre resulta peor que permanecer con ella porque estar con ella representa su territorio conocido y perderla parece ser peor que cualquier otro escenario. Esto es lo que sucede en los vínculos tempranos: no tenemos elección alguna y se constituye en nuestro aprendizaje sobre lo que es estar en una relación.

Ahora bien ¿Qué es lo que se espera que suceda en los vínculos que establecemos con nuestros cuidadores principales?

Lo ideal es que todos los niños puedan crecer  al lado de cuidadores confiables, amorosos, empáticos y con capacidad para establecer límites; con cuidadores  que promuevan la gestión eficaz de las emociones y respuesta al estrés.  Sin embargo, esto no sucede en todos los casos, así que dependiendo de cómo haya sido tu experiencia es probable que hoy como adulto estés en la capacidad de identificarte con uno de los 4 patrones de apego. Te explicaré brevemente algunas características emocionales y comportamentales de estos patrones, tanto en la etapa adulta como  en la niñez

  • Los adultos con APEGO SEGURO tienden a tener una visión más positiva de sí mismos, sus parejas y relaciones. También se sienten cómodos con la intimidad y la independencia. De niños lograron sentir la incondicionalidad de sus cuidadores y contaron con su disponibilidad emocional. Cuando se separaban de sus figuras de apego es probable que lloraran y se intraquilzaran, pero al restablecer el contacto con ellos lograran calmarse rápidamente.
  • Los adultos con APEGO INSEGURO-AMBIVALENTE son menos confiados, la visión sobre sí mismos no es muy positiva y tampoco sobre sus parejas. Buscan mayor intimidad y aprobación en la pareja, por lo que se vuelven dependientes. También se pueden ver comportamientos asociados a la preocupación e impulsividad en sus relaciones. Cuando eran niños sintieron la ambivalencia e inconsistencia en el comportamiento de sus cuidadores, quienes a veces estaban disponibles y a veces no, generando una sensación de impredictibilidad y ansiedad ante la separación que les producía miedo. Y al restablecer el contacto, difícilmente se calmaban.
  • Los adultos con APEGO INSEGURO – EVITATIVO generalmente evitan por completo el apego y prefieren la independencia. Se consideran autosuficientes y con poca necesidad de relaciones cercanas. Suelen reprimir sus emociones y tener una visión negativa de su pareja. De niños desarrollaron una autosuficiencia al no recibir la seguridad suficiente por parte de sus cuidadores, probablemente ante la separación no lloraban y tampoco existe intimidad emocional en la relación. Las conductas asociadas con este patrón de apego suelen confundirse con seguridad. Sin embargo, lo que hay detrás es una profunda sensación de soledad emocional.
  • Los adultos con APEGO DESORGANIZADO tienen sentimientos encontrados, una visión pobre de sí mismos y se relacionan desde la desconfianza. Cuando eran niños fueron víctimas de negligencia y conductas inseguras por parte de sus cuidadores, lo que se refleja en comportamientos inadecuados, relacionados con la desconfianza y miedo hacia sus figuras de apego. 

Evidentemente el APEGO SEGURO es el más sano de todos, pero si no es el que corresponde a tu historia, no quiere decir que tus padres hayan actuado premeditadamente, ellos suelen querer lo mejor para nosotros. Sin embargo, no siempre logran responder a nuestras necesidades particulares porque en muchos casos lo que sucede es que la forma como ellos se vincularon con nosotros responde a la forma en la que nuestros abuelos se vincularon con ellos. La buena noticia es que la calidad de nuestros vínculos -y por lo tanto de nuestras relaciones- se puede transformar.

¿Cómo? Comprendiendo la forma en la que organizamos nuestra experiencia relacional cuando éramos niños y la forma que se establecieron nuestros recursos personales, habilidades y destrezas para responder a determinados eventos de la vida. Y en la medida en la que podamos reconocer cuál es nuestro guión tendremos la posibilidad de generar narrativas diferentes que nos permitan establecer comportamientos, creencias y emociones asociadas al apego seguro.

 

Referencias
Bowlby, J. (1995). Vínculo afectivos: formación, desarrollo y pérdidas. Madrid: Morata.
Powell, B; Cooper, G; Hoffman, K; Bob Marvin. (2014). La Intervención del Círculo de Seguridad. Barcelona: Eleftheria.

 

 

Deja un comentario