La palabra «relato» viene del latín relatus y significa «cuento, narración».

Todos tenemos nuestro propio cuento que representa la forma como hemos organizado nuestra experiencia de vida en términos narrativos; es decir, la manera en la que atribuimos significado a las historias que le dan sentido a lo que nos sucede.

Desde la psicología, a estas historias las llamamos “narrativas de identidad”, que típicamente tienen unas características constantes: historias que nos hablan de drama, de resiliencia, de pérdidas, de sueños, de fracasos, de alegrías, de empatía o ecpatia; de esperanza o  desesperanza; de responsabilidad o de victimismo… o historias que incluso expresan de muchos menos de su protagonista. Hay tantos tipos de historias como seres humanos en el mundo. Lo que usualmente si es común en todas es que hay relatos olvidados, que eventualmente podrían hacer una gran diferencia en el desenlace.

Por un momento piensa: ¿Qué pasaría si te detuvieras a cuestionar si realmente la historia que cuentas y te cuentan de tu vida abarca todos los acontecimientos? ¿Qué sucedería si le restas fuerza a algunos acontecimientos e incluyes otros? ¿Qué cambiaría si incluyes la historia de los otros protagonistas y antagonistas? ¿Sería diferente?

Probablemente lo que sucedería es que te encontrarías con la posibilidad de desenlaces extraordinarios o, incluso, excepciones a un guión rígido que define quién eres y puede limitarte a enfrentar lo que la vida trae por sí misma. Esto lo he podido corroborar a través de las muchas conversaciones que he tenido en el contexto psicoterapéutico… y, por supuesto, también en el personal, pero para efectos de este texto me centro en mi experiencia como psicoterapeuta.

Cuando las personas asisten a consulta y me cuentan un relato sobre la historia que los llevó a buscar ayuda, veo cómo los acontecimientos se van tejiendo de una forma muy precisa en la cual, a menudo, se reflejan pérdidas, fracasos, desesperanza, incompetencia y futilidad; que están en la base de algunas psicopatologías y malestares comunes.

Ahora bien, cuando empiezo a indagar en esa historia, típicamente me encuentro con una serie de acontecimientos excluidos, a los cuales yo llamo “los relatos archivados”: aquellos que por algún motivo no concuerdan con la trama de nuestra vida y que incluso la amenazan y contradicen la historia dominante. Sin embargo, en la medida que es viable encontrar un valor en ese relato archivado, aparece la posibilidad de integrarlo y atribuirle algún significado a la historia e incluso a la propia identidad, lo que los convierte en un trampolín para actuar y encarar algunos problemas, dificultades y dilemas.

La razón de esto es que -desde la reautoría- los desenlaces extraordinarios y las excepciones tienen el potencial de contactar recursos personales que siempre han estado ahí pero que no veíamos, así que al hacerlos conscientes es más factible que nos sintamos cómodos llevándolos a la acción.

Es por eso que cuando mis consultantes me hablan sobre algún problema o dificultad, los invito a que exploremos la posibilidad de una excepción en la que el problema no haya sido un problema (…y usualmente la encontramos). Sin embargo, suelo darme cuenta de que esa pequeñas excepciones carecen de valor y las preguntas que me generan son: ¿Qué pasaría si le dieras un valor diferente? ¿Qué dice esa excepción de ti? ¿Qué recursos personales aparecieron en esa excepción? ¿Si incluimos esa excepción en el relato, cómo cambiaría tu historia? entre otras.

Para este momento es probable que ya te hayas preguntado si tienes o no una excepción que contar frente a algún tipo de situación problemática en tu vida, si no lo has hecho te propongo que lo hagas… y, una vez lo identifiques, busques excepciones y te contactes con la posibilidad de reescribir tu propia historia y evites el peligro de quedarte una única versión de propia vida.

Referencias:
White, M. (2007). Maps of narrative practice. WW Norton.

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